- Rasgos únicos de identificación: grandes áreas blancas bajo el ala, barras cubitales gruesas y vexilo externo blanco en rectrices externas.
- Descubierta formalmente en 2013 tras expediciones en el seno de Reloncaví; aceptada por SACC en 2018.
- Distribución muy local en torno a Chiloé (Reloncaví y Chacao), pelágica y potencialmente numerosa en su área núcleo.
- Estado IUCN: Datos Insuficientes; se desconocen colonias de cría y amenazas clave, con sospecha de impacto por contaminación y luces.

Quien se asome al sur de Chile puede toparse con una de las aves marinas más intrigantes del planeta: la golondrina de mar pincoya (Oceanites pincoyae). Recién descrita para la ciencia en 2013, esta pequeña procelariforme se ha convertido en todo un icono de los fiordos y canales cercanos a Chiloé. Su identidad se apoya en rasgos de plumaje muy marcados, en un comportamiento de alimentación poco habitual entre sus congéneres y en una historia de descubrimiento digna de crónica expedicionaria.
Más allá de su halo de misterio, hablamos de un ave pelágica que pasa el año en mar abierto y que se acerca a la costa sólo cuando toca reproducirse, aunque sus nidos aún no se han encontrado. La comunidad ornitológica la reconoce como especie válida y su clasificación global es de Datos Insuficientes (IUCN), entre otras cosas porque faltan datos clave sobre su reproducción, población y amenazas reales. Con estas líneas, te contamos —de forma práctica y con todo el detalle— cómo identificarla, dónde verla y qué se sabe hoy de su conservación.
Identificación y morfología

A simple vista, la golondrina de mar pincoya es una pequeñaja oscura con contrastes blancos bien visibles. En la parte superior domina un tono pardo-negruzco, incluido el píleo. La nuca, el dorso, las escápulas y la parte alta de la rabadilla lucen un leve baño gris plateado, y algunas escápulas y terciarias mayores presentan estrechos filetes claros en el borde. La rabadilla, sin embargo, resalta en blanco, y ese contraste se refuerza por la parte inferior.
Visto por debajo, el patrón es inconfundible dentro de su grupo: grandes parches blancos en el infralar, amplias cobertoras subalares (primarias y secundarias) blanquecinas, y zonas blancas en la parte baja del vientre y alrededor de la cloaca. Las “barras cubitales” blancas son gruesas y muy evidentes, un detalle que ayuda mucho en la identificación cuando el ave vuela rasante sobre el oleaje.
La cola es netamente oscura, pero con una rareza: entre las especies del género Oceanites, la pincoya es la única que muestra el vexilo externo blanco en los dos pares de rectrices externas. Este rasgo de las plumas de la cola la separa del resto del género y se suma a otro diferencial: el plumaje juvenil tiene un aspecto distinto al del adulto, lo que también facilita su reconocimiento en campo cuando se ven aves jóvenes.
En cuanto a partes blandas, el pico es negro y las patas también son oscuras. El pecho y el abdomen tienden al negruzco, pero en el bajo vientre aparece esa franja clara que conecta con el blanco subcaudal y el de la rabadilla. El “pincoya clásico” exhibe un gran panel blanco por debajo del ala, aunque se han observado individuos más oscuros que, en condiciones difíciles, se pueden confundir con la golondrina de mar de Wilson (Oceanites oceanicus).
Si nos ponemos finos con la biometría, hay diferencias muy útiles para separar a la especie de su pariente Oceanites gracilis gracilis: la pincoya tiene el tarso más corto y el dedo medio proporcionalmente más largo. Además, es más pequeña que Oceanites oceanicus chilensis, el subtaxón austral de la golondrina de Wilson. Estas proporciones, unidas al patrón de plumaje y al comportamiento de forrajeo, cimentan su diagnóstico específico.
Medidas del ejemplar tipo (hembra capturada el 19/02/2011)
- Longitud cráneo + pico: 32,9 mm
- Culmen expuesto: 11,5 mm
- Cuerda del ala (aplanada): 134 mm
- Longitud del tarso: 31 mm
- Dedo medio (con uña): 26,5 mm
- Cola: 57 mm
- Envergadura: 330 mm
- Peso: 24 g
Más allá del holotipo, se designaron dos paratipos procedentes de El Bolsón (Río Negro, Argentina), colectados décadas atrás y conservados en Buenos Aires. Ambos se habían etiquetado originalmente como Oceanites oceanicus, aunque su reevaluación fue clave para reconocer a la nueva especie chilena.
Paratipo: hembra juvenil
- Culmen expuesto: 9,5 mm
- Cuerda del ala (aplanada): 138 mm
- Longitud del tarso: 31,5 mm
- Dedo medio (con uña): 26 mm
- Cola: 61 mm
Paratipo: macho
- Culmen expuesto: 10 mm
- Cuerda del ala (aplanada): 137 mm
- Longitud del tarso: 30,5 mm
- Dedo medio (con uña): 27 mm
- Cola: 53 mm
Como guía rápida de tamaño, se maneja una longitud total en torno a 16 cm y un peso típico entre 22 y 30 g, lo que cuadra con los valores del holotipo. Estas cifras encajan con una golondrina de mar pequeña pero robusta, de vuelo ágil y con una potencia notable para sus dimensiones cuando se enfrenta a los vientos patagónicos.
Descubrimiento, historia y taxonomía

La historia moderna de la especie arranca en 2009, cuando se notificaron en el seno de Reloncaví aves del género Oceanites con rasgos que no cuadraban con ningún taxón conocido. Aquel aviso disparó la investigación, y en febrero de 2011 un equipo internacional —con permiso del SAG— pasó diez días en la zona para observar y capturar individuos en alta mar mediante armas de red, una técnica desarrollada en Nueva Zelanda para trabajos similares.
Durante esa expedición se registraron más de 1.500 observaciones del nuevo taxón y se capturaron una docena de ejemplares para tomar medidas, sangre y plumas destinadas a análisis genéticos. El núcleo del equipo estuvo liderado por Peter Harrison y contó, entre otros, con la participación del ornitólogo chileno Michel Sallaberry, además de especialistas con experiencia en capturas y búsqueda de colonias de la golondrina de mar de Nueva Zelanda. Se estimó in situ que en el área del seno de Reloncaví podían estar presentes del orden de 10.000 aves, con bandadas de varios cientos, y que el trabajo coincidió con el inicio del periodo juvenil.
El estudio comparó también dos pieles históricas de Oceanites depositadas en el Museo Argentino de Ciencias Naturales (colectadas en El Bolsón en 1972 y 1983). Esos ejemplares, antaño atribuidos a O. oceanicus, encajaban mejor con el nuevo taxón, poniendo de relieve que la especie había pasado desapercibida durante décadas. La descripción formal se publicó en 2013 en la revista The Auk con un extenso equipo de autores, incluyendo —además de Harrison y Sallaberry— a Chris P. Gaskin, Karen A. Baird, Álvaro Jaramillo, Shirley M. Metz, Mark Pearman, Michael O’Keeffe, Jim Dowdall, Seamus Enright, Kieran Fahy, Jeff Gilligan y Gerard Lillie.
En ese trabajo se subrayaron varias claves diagnósticas: las “carreras de ratón” sobre la superficie del mar, los buceos repetidos para capturar presas y el patrón de plumaje con barras cubitales gruesas y blancas, amplias áreas claras bajo el ala y el bajo vientre y la cloaca blanqueados. Entre las conclusiones figuraba una estimación poblacional de alrededor de 3.000 individuos para la zona de estudio, una cifra más conservadora que la apreciación de campo de la expedición de 2011.
El reconocimiento oficial no tardó: el comité SACC aceptó en junio de 2018 (propuesta 721) la validez específica de la golondrina de mar pincoya. En paralelo, algunas descripciones de campo señalan que se parece mucho a la golondrina de mar de Wilson, hasta el punto de que ciertos autores han planteado si podría representar una población local dentro de ese complejo. Hoy, sin embargo, el tratamiento mayoritario en la región es el de especie buena, apoyado en las diferencias morfológicas, de comportamiento y temporales (reproducción y muda) respecto a O. g. gracilis y O. o. chilensis.
¿De dónde viene su nombre? El específico “pincoyae” homenajea a la Pincoya, un ser mitológico de Chiloé asociado a la fertilidad del mar y a la protección de quienes lo navegan. El nombre genérico Oceanites remite a las oceánides, ninfas marinas de la mitología europea, cerrando un círculo etimológico que casa de maravilla con el entorno chilote. Estas referencias culturales no son casualidad: subrayan el arraigo local de un ave que —todo apunta— es endémica de Chile.
Distribución, hábitat y movimientos

Su hábitat es el océano abierto: una especie pelágica que pasa la vida mar adentro, acercándose a la costa —que sepamos— sobre todo en época reproductora. Los puntos calientes se concentran en torno al seno de Reloncaví y el canal de Chacao, con Puerto Montt como referencia terrestre cercana. Las observaciones se extienden por aguas interiores de Chiloé y el Golfo de Ancud, y hay menciones de presencia desde el sur de Talcahuano hasta el norte de Aysén, especialmente a lo largo de canales australes.
Ahora bien, los listados taxonómicos internacionales, como Clements (v2024), mantienen por prudencia una distribución acotada “sólo conocida” a las aguas cercanas a Chiloé (seno de Reloncaví y canal de Chacao). Esto refleja que aún faltan campañas sistemáticas para confirmar la extensión real de su rango más allá de esos núcleos, tanto en verano como en invierno.
Un fenómeno curioso —pero documentado— es la llegada de individuos a lagos andinos de la Patagonia argentina. Empujadas por violentos vientos del oeste, no es raro que algunas golondrinas de mar crucen la divisoria y acaben en cuerpos de agua interiores, algo que se observa ciertos años, con mayor frecuencia en primavera austral. Este trasiego explica la existencia de ejemplares históricos en museos argentinos, que sirvieron de pista crucial para la descripción de la especie.
En términos de abundancia local, puede ser muy numerosa en sus áreas nucleares: bandos de varias centenas no son raros en días propicios. Durante una prospección en mayo de 2013 (otoño austral) se contabilizaron 37 individuos en el seno de Reloncaví y el Golfo de Ancud, confirmando la presencia estacional fuera del verano. Todo apunta a que está presente todo el año en el entorno de Chiloé, si bien con movimientos aún mal entendidos y seguramente vinculados a la disponibilidad de alimento.
Ecología, forrajeo y vocalización

La pincoya se reconoce en vuelo por sus “carreras de ratón”: avanzadillas rápidas sobre la película del agua con las patas tocando la superficie, a lo que suma buceos breves y repetidos para capturar presas. Este combo de pataleo superficial y inmersiones sucesivas es poco común entre las Oceanitinae australes y la diferencia de parientes cercanos. También se la ha visto “correr” sobre el agua con las alas extendidas y los dedos sumergidos, una imagen clásica de las golondrinas de mar llevada aquí un paso más allá por la frecuencia de los buceos.
Sobre la dieta, la información publicada es escasa. Se presume que consume pequeños invertebrados pelágicos y quizá restos de origen pesquero cuando están disponibles, como sucede con otras especies afines. Los patrones de alimentación observados en el seno de Reloncaví sugieren un aprovechamiento oportunista de agregaciones localizadas, lo que podría explicar las concentraciones de varios cientos de aves en tramos concretos de la jornada.
En el plano acústico, faltan descripciones detalladas de su repertorio. Los recursos habituales para sonidos de aves marinas (como plataformas de registro colaborativo) apenas incluyen material atribuible con seguridad a la pincoya. En muchas fichas aparece “sin datos” en el apartado de vocalización, una laguna lógica si consideramos que aún no se han descubierto sus colonias de cría ni se han podido estudiar interacciones sociales nocturnas en tierra, que es donde suelen vocalizar más intensamente estas aves.
Conservación, población y amenazas
La categoría global de la UICN asignada a Oceanites pincoyae es Datos Insuficientes (DD). Se recalca así que faltan datos básicos sobre tamaño poblacional, tendencias, localización de colonias y riesgos concretos. Distintas fuentes aportan cifras dispares: desde unas 3.000 aves en las primeras estimaciones publicadas hasta unas 10.000 observadas/estimadas durante la expedición de 2011 en el seno de Reloncaví. En todo caso, parece ser una de las aves marinas más comunes dentro de su área conocida, pero extremadamente local.
Hasta que no se encuentren los sitios de cría y se vea qué amenazas los afectan, el estatus difícilmente podrá actualizarse. Aun así, hay sospechas razonables de riesgos: contaminación marina (hidrocarburos y microplásticos), interacción con la pesca y, muy especialmente, la contaminación lumínica costera que puede desorientar a aves nocturnas en vuelo. Los focos intensos y las luces urbanas podrían tener un impacto no trivial, si la especie nidifica en islotes o acantilados cercanos a zonas pobladas. Tampoco se descartan perturbaciones por tránsito marítimo en canales interiores.
En el terreno normativo y de conocimiento, la especie fue aceptada por el SACC en 2018, y listados globais como Clements (v2024) la recogen con distribución restringida a Chiloé y adyacencias. Diversos portales técnicos chilenos y redes de observadores han ido sumando información en los últimos años, y no faltan materiales de divulgación —incluso cápsulas audiovisuales— que la ponen en el foco público. Iniciativas ciudadanas y proyectos de atlas están contribuyendo a perfilar su presencia estacional, aunque el gran salto llegará cuando se localicen, por fin, los nidos.
Un apunte interesante es el de la ilustración científica y la documentación fotográfica de la especie, con trabajos que parten de fotos de campo para generar láminas de diagnóstico. Este tipo de material ha sido clave para afinar el reconocimiento en mar abierto y para distinguir variantes de plumaje más claras y más oscuras, evitando confusiones con O. oceanicus en condiciones de luz complicadas.
Para acelerar el conocimiento, los expertos recomiendan ampliar la búsqueda en el seno de Reloncaví y el Golfo de Ancud, con muestreos en distintas estaciones del año. La combinación de observación, captura científica no letal y análisis genético seguirá siendo el camino para cerrar dudas y confirmar aspectos como la época reproductora y la cronología de la muda, que ya apuntan a diferenciarse de las de O. g. gracilis y O. o. chilensis.
A día de hoy, la golondrina de mar pincoya es, probablemente, la “clásica rara común local”: abundante en su pequeño mundo y esquiva para la ciencia a poco que nos alejamos de sus aguas predilectas. Su combinación de rasgos —barras cubitales blancas gruesas, parches amplios bajo el ala, bajo vientre y cloaca blancos, y rectrices externas con vexilo externo blanco— la hace única entre sus pares. Con la reproducción aún por descubrir y un puñado de cifras poblacionales preliminares, el reto inmediato está en iluminar su ciclo vital completo y blindar los puntos críticos de su supervivencia en los mares del sur de Chile.