- Un estudio en Science sitúa el origen de Culex pipiens molestus en el Mediterráneo/Oriente Próximo, no en Londres.
- El linaje se separó de la forma que pica a aves hace 1.000-10.000 años, probablemente ligado a sociedades agrícolas.
- Se analizaron cientos de genomas y muestras históricas; la hibridación es menos común de lo pensado pero aumenta en grandes ciudades.
- Implicaciones para Europa y España por el virus del Nilo Occidental y la gestión de vectores en entornos urbanos.

Lejos de lo que contaba la leyenda, el llamado “mosquito del metro” no es un invento londinense. Un amplio trabajo internacional publicado en la revista Science sitúa sus raíces en el Mediterráneo y Oriente Próximo, con señales que apuntan incluso al Antiguo Egipto.
Durante décadas se repitió que apareció en los túneles del Tube durante la Segunda Guerra Mundial, perfectamente adaptado a vivir bajo tierra y a picar a personas. La nueva evidencia genética derriba esa historia de origen local y propone un escenario mucho más antiguo y extenso geográficamente.
Qué dice realmente la genética

El análisis de cientos de muestras revela que Culex pipiens form molestus ya existía hace al menos un milenio en la región mediterránea y de Oriente Próximo. Los modelos temporales ubican la separación con la forma que pica a aves, pipiens, entre hace 1.000 y 10.000 años, con alta probabilidad en sociedades agrícolas tempranas.
Según el equipo, esa variante capaz de convivir con humanos se habría originado en superficie, no bajo tierra. Con las migraciones y el comercio, viajó con las personas por Eurasia y, más tarde, a otras regiones, consolidando su presencia en ciudades.
En latitudes frías del norte europeo, la estabilidad térmica del subsuelo ofreció un refugio invernal y favoreció su vida subterránea como adaptación secundaria. En áreas cálidas, por el contrario, ambas formas pueden coexistir en superficie durante todo el año.
Este reajuste del relato obliga a revisar un “ejemplo de libro de texto” sobre evolución urbana: el “mosquito del metro de Londres” deja de ser un fenómeno reciente para convertirse en un caso de relación antigua entre humanos y vectores.
Cómo se hizo el estudio
El trabajo estuvo liderado por equipos de la Universidad de Princeton (con la profesora Lindy McBride) junto a colaboradores del Wellcome Sanger Institute, el Museo de Historia Natural de Londres, la Universidad de Stanford y el consorcio PipPop, entre otros centros de Europa, Asia y América.
Para cubrir la mayor diversidad geográfica posible, se colaboró con alrededor de 150 organizaciones que aportaron unas 12.000 muestras. De ellas, se extrajo y analizó el ADN de cerca de 800 ejemplares, incluyendo la secuenciación de 357 genomas contemporáneos y 22 históricos de Londres.
Las colecciones museísticas fueron clave: los ejemplares antiguos permitieron contrastar si hubo cambios rápidos ligados a los túneles del metro. Los datos no muestran transformaciones genéticas drásticas en ese periodo, reforzando el origen previo a la modernidad.
La combinación de genómica completa, análisis de ADN antiguo y comparaciones de variantes (SNP) reveló que la adaptación a humanos y a espacios confinados existía ya en poblaciones mediterráneas superficiales, antes de su colonización de hábitats urbanos subterráneos.
Implicaciones para Europa y España
Comprender la conectividad genética entre molestus (que suele picar a humanos) y pipiens (más asociada a aves) es vital para la vigilancia del virus del Nilo Occidental. La hibridación puede generar mosquitos con hábitos de picadura menos selectivos, lo que facilita el salto del virus de las aves a las personas.
El estudio señala que ese flujo genético es menos frecuente de lo que se creía, pero ocurre, sobre todo en grandes ciudades. Esto sugiere que determinados entornos urbanos europeos podrían potenciar la mezcla y, con ello, el riesgo de transmisión.
Para las autoridades de salud pública en España y el sur de Europa, la conclusión es clara: conviene reforzar el muestreo y la monitorización en áreas urbanas y periurbanas donde coexisten las dos formas, con especial atención a zonas mediterráneas.
Los autores plantean aumentar el alcance geográfico y la resolución de los estudios, y combinar genómica con datos ecológicos y de comportamiento de picadura para anticipar posibles episodios de transmisión en ciudades densas.
Un caso de manual que se reinterpreta
La “zona cero” del mito fue el Londres de los años 40, cuando las picaduras en refugios antiaéreos popularizaron la idea de una población nacida en el subsuelo. Estudios posteriores, con menos datos genómicos, reforzaron esa hipótesis de adaptación reciente.
Con la nueva evidencia, el énfasis se desplaza: la vida bajo tierra parecería el resultado de rasgos preexistentes seleccionados en climas y contextos humanos concretos, y no el origen del linaje. Es una lección sobre cómo la urbanización actual reconfigura patrones antiguos.
El llamado “mosquito del metro” encaja mejor como un compañero de viaje de larga duración de nuestra especie, cuyo historial mediterráneo explica por qué hoy prospera en túneles y sótanos de media Europa, con implicaciones directas para la gestión de vectores y la salud pública.